Irrumpe por casualidad enclaustrado en medio del bosque. En el estadio Försterei hay pocas señales del Berlin que todos tenemos en mente: cosmopolita, moderno, cargado de historia, la ciudad europea que nunca duerme entre techno y curry-wursts.
El club que visitamos tiene su propio relato, labrado con sudor y mano a mano con su fiel afición. Sin embargo, sus hazañas más recordadas aún no han cogido polvo. Su gente todavía las paladea en cada estrofa que entona. Vociferan y retumban sus cánticos cuando el balón rueda. Una afición metódica que cumple con el canon del alemán. Es por ello que, allí, se pasa del sepulcral silencio al más absoluto delirio colectivo. Esta es la casa del Union Berlin.
Cautos, muy humildes, algo temerosos. La parroquia local todavía parece poco acostumbrada a los focos. A que visiten su estadio jugadores del bagaje de Harry Kane o Thomas Muller. También a que su humilde estadio cope portadas en prensa de todo el mundo.
Solo así se explica que una cámara analógica pueda parecer un objeto extraño en la previa por el bosque de Köpenick. La mayoría accede a estos retratos, pero se notan poco habituados a la atención que ahora reciben en la élite. Es un campo de barrio, son rostros familiares que comparten grada desde hace muchos años.
Es un club que viene desde abajo para representar Berlin.